lunes, 28 de noviembre de 2016

Yo, teleoperador



Por Raúl Fuentes

Voy a ponerles en situación. Imagínense ustedes que todos los días entran en una enorme mole grisácea, fuertemente iluminada con luz artificial aunque en la calle haga un sol radiante. Una vaharada de aire caliente aliñada con toques de “humanidad” y colonias de mil clases les dan la bienvenida a las pituitarias. A la vista solamente grandes imágenes corporativas y largas hileras de cubículos en los que permanecerán estabulados durante largas y tediosas horas, amenizadas por el incesante murmullo de los parloteos, amarrados por la cabeza y oídos mediante un cable en espiral como una suerte de perro a su correa. Y mientras te asignan tu número de serie para la jornada, las tres leyes de la atención bien presentes en tu retina, a saber: Todo gira en torno a la satisfacción del cliente (el que te llama y el que te contrata). El controlador es el “gran hermano” y harás lo que te diga aunque tú no estés formado/a. Tus preferencias no importan; prevalecerán siempre las necesidades del servicio. 

No es un párrafo extraído de una novela de Isaac Asimov, aunque se dé un aire. Es la realidad del día a día de los y las teleoperadores/as.

“Estoy harto de hablar con máquinas”. Esta es la frase que más veces escucho en cada jornada laboral al otro lado del hilo telefónico. “Le pido disculpas” es la letanía que mecánica y automáticamente debo decir, aunque el cliente parece tener la razón una vez más. De esta manera se ha fijado en en el imaginario español la figura del teleoperador, como bien retrata Julio Fuentes González, representante de la coordinadora estatal de CGT en el sector: “los teleoperadores se han convertido en el blanco de multitud de burlas, llegando a instalarse socialmente ese lugar común del teleoperador como una persona incompetente, robóticamente amable, con quien perderemos media tarde tratando de entendernos y cuya atención apenas nos servirá para desahogarnos, a falta de nadie más que dé la cara por la empresa.”

El del Telemárketing es, desde hace décadas, un sector estigmatizado por la precariedad y la inmovilidad de las posturas sociales por parte de la patronal. Atendamos a los números: cerca de 80.000 trabajadores/as en todo en estado, más de 3000 en la provincia. Del total, dos terceras partes son mujeres. La gran mayoría de las plantillas están formadas por titulados universitarios que cobran alrededor de 700€ de media. El último Convenio Colectivo del sector se firmó allá por el 2010 y en la actualidad llevamos casi dos años de espera para la firma de un nuevo convenio.

Hoy día, y bajo el paraguas de la crisis, la realidad del sector se encuentra en una situación tal que las tesis liberalistas de Adam Smith podrían considerarse hasta benévolas. El resultado más inmediato, el que nos toca el bolsillo, supone una pérdida de poder adquisitivo en torno a un 5% por la falta de revisión de las subidas salariales. Como a perro flaco todo son pulgas, disfrazadas para la ocasión de sendas reformas laborales, la norma general es que desaparezcan las jornadas completas en favor de las medias jornadas e inferiores, los famosos “minijobs”, lo que provoca como consecuencia directa una flexibilización laboral salvaje y un nivel de rotación de las plantillas que supera el 10% mensual, según datos oficiales. A esto añadamos que la conciliación de la vida laboral y familiar se hace casi inexistente en un sistema basado en los turnos rotativos, quedando al albur de la solidaridad de los/as compañeros/as.

En fin. Somos personas, ni máquinas ni mercancías. Usted que nos lee quizá esté en el gremio, o tenga un familiar en él, o un amigo o amiga. Este lunes día 28 volveremos a las calles a expresar la voz de los que siempre escuchamos. Saldremos para que se nos oiga alto y claro, a trasladar a la totalidad de la sociedad leonesa que nuestras demandas no son imposibles; todo lo contrario, son una cuestión de justicia, dignidad y respeto.

Y no, no somos máquinas. Por mucho que las exigencias del guión que interpretamos nos obligue una y otra vez a no salirnos de las guías que tenemos prestablecidas.

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