lunes, 28 de noviembre de 2016

La larga marcha



Por Óscar Fuentes

Mal que a muchos nos pese la investidura de Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno, lo cierto es que nada se puede hacer ya por evitarlo, por lo que premia aceptar el escenario cuanto antes para empezar a programar las siguientes acciones. 

La abstención del PSOE permite acceder al gobierno a Rajoy, pero la colaboración pasa necesariamente por la elaboración de unos presupuestos generales que permitan dar cabida a todas las medidas restrictivas pendientes de venir de Europa y que hasta ahora no se habían aplicado con la intención de no aumentar una inestabilidad política que seguramente diera alas a aquellas opciones que cuestionan y evidencian las fallas de un sistema económico cada vez más asfixiante para las ¿clases medias? 


Si ya quedaba poco de lo que pudiera denominarse como tal, no podemos esperar que después de los recortes que tengan por venir vaya a quedar algo.

Después de una pérdida enorme de derechos laborales, con una precarización rampante, es previsible que se ahonde aún más en ella y se realicen recortes tanto en sanidad como en educación, favoreciendo unos modelos privados donde el “tanto tienes tanto vales” será la medida del éxito tanto académico como profesional.

¿Dónde quedará el poder adquisitivo de la gente de a pie? No sólo por los sueldos cada vez más bajos, sino también por una cada vez mayor presión al consumo mediante los impuestos indirectos; de hecho ya se recauda más de éstos que de IRPF, lo que demuestra hacia quiénes se dirige, como es habitual, la carga fiscal. Es curioso que en esta fiesta, los que pagan son los camareros.

Parece que de poco sirvió que el FMI reconociera lo equivocado de las medidas de austeridad de la Troika o el incontestable hecho del crecimiento económico que ha tenido el país mientras las medidas que ahora nos esperan no fueron aplicadas. Ahora se va a sacrificar cualquier opción de crecimiento en aras de una demostración del sometimiento a unas élites económicas que parecen únicamente interesadas en desarticular cualquier voz que sea contraria a sus designios.

La solución pasa necesariamente por una articulación de la sociedad desde abajo, aquello para lo que comenzamos a andar y que ha quedado un poco oscurecido por la presión de las citas electorales y de unos medios obsesionados bien por asimilarnos dentro de un sistema del que son apoyo incontestable, o bien someternos al descrédito público aprovechando la influencia que proporciona el púlpito abonado en demasiados casos por aquellos interesados en que todo siga igual.

Es hora de sacudirse de encima la “normalidad” que intentan imponernos, aquella de traje y corbata, y recuperar esa otra normalidad que vemos todos los días: la de nuestros padres y madres, de nuestras hermanas, compañeros de trabajo, de estudios, de quien nos vende el pan o nos sirve un café, la de esos cinco millones de personas (de momento, esperemos que sean más) que no están de acuerdo con una realidad que nos es impuesta sin consultarnos y sin posibilidad de cambio para aquellos (y aquellas) obsesionados con la subyugación y el servilismo hacia cualquier tipo de instancia que consideren por encima.

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